lunes, 1 de abril de 2013

LA DEPRESIÓN EN ADULTOS MAYORES



Es un estado de abatimiento e infelicidad, que puede ser transitorio o permanente, cada vez más frecuente en las personas mayores. 

Puede tener muchas causas, desde el estrés hasta la genética y afecta la forma en que esa persona come y duerme, en cómo se valora a sí mismo y la manera en que piensa.

Un trastorno depresivo no es lo mismo que un estado pasajero de tristeza. 

No indica debilidad personal. No es una condición de la cual uno puede liberarse a voluntad. Sin tratamiento, los síntomas pueden durar semanas, meses e incluso años. 

Sin embargo, la mayoría de las personas que padecen de depresión puede mejorar con un tratamiento adecuado ya que en la actualidad la depresión goza de una muy buena respuesta al tratamiento farmacológico.
Es un error bastante frecuente achacar a la vejez los síntomas de la depresión, es decir, desesperanza, pesimismo, tristeza, apatía, falta de apetito o sueño, no querer estar con personas o familiares, o creer que es normal que los ancianos se depriman. Por el contrario, la mayoría de las personas de edad se sienten satisfechas con sus vidas. 

La depresión en los ancianos, si no se diagnostica ni se trata, causa un sufrimiento innecesario para el anciano y para su entorno.

Con un tratamiento adecuado, el anciano tendrá una vida placentera.

Cuando la persona de edad va al médico, puede solo describir síntomas físicos. 

Esto pasa por que el anciano puede ser reacio a hablar de su desesperanza y tristeza, de su falta de interés en las actividades normalmente placenteras o de su pena después de la muerte de un ser querido. Las depresiones subyacentes en los ancianos son cada vez más identificadas y tratadas por los profesionales de salud mental.

Los profesionales van reconociendo que los síntomas depresivos en los ancianos se pueden pasar por alto fácilmente. También los profesionales detectan mejor los síntomas depresivos que se deben a efectos secundarios de medicamentos que el anciano está tomando, o debidos a una enfermedad física concomitante. 

Si se hace el diagnóstico de depresión, el tratamiento con medicamentos o psicoterapia ayuda a que la persona deprimida recupere su capacidad para tener una vida feliz y satisfactoria.

Una investigación reciente indica que la psicoterapia breve (terapia a través de charlas que ayudan a la persona en sus relaciones cotidianas, y ayudan a aprender a combatir los pensamientos distorsionados negativamente que generalmente acompañan a la depresión), es efectiva para reducir a corto plazo los síntomas de la depresión en personas mayores.

La psicoterapia también es útil cuando los pacientes ancianos no pueden o no quieren tomar medicamentos.

Estudios de la eficacia de la psicoterapia demuestran que la depresión en la vejez puede tratarse eficazmente con psicoterapia. El mejor reconocimiento y tratamiento de la depresión en la vejez hará que este periodo de la vida sea más placentero para el anciano deprimido, para su familia y para quienes le cuidan.

Por lo tanto, si aparece cualquier síntoma, hay que pensar que no es por la edad y que puede ser por una depresión. 

Es fundamental no asustarse por las contraindicaciones de los antidepresivos, puesto que son fármacos que tienen demostrada su utilidad, no obstante hay que tener sumo cuidado con sus efectos secundarios y por ejemplo evitar conducir o hacerlo lo menos posible, por riesgo a la somnolencia y alteración de los reflejos, que conlleva también un aumento del riesgo de caídas.

Hay que esperar 15 días o más para ver su beneficio y mantenerlos el tiempo que el médico estime oportuno. Junto con la toma de la medicación es necesario, a la vez, corregir las causas que han motivado la situación que le ha llevado a la depresión.

El apoyo del entorno de la persona es fundamental. El trato con la persona mayor deprimida debe basarse en la integración, paciencia y en la comprensión de una situación de alteración del ánimo, por lo general reactivo a alguna causa de enfermedad y que le han abocado a la dependencia de otra persona, con el consiguiente sentimiento de carga, que, junto con la soledad y el aislamiento, le llevan a preguntarse sobre el sentido de su vida.

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